martes, 21 de febrero de 2017

“Haz lo que dices”.

“Haz lo que dices”

¿Un mundo sin promesas…?
Cumplir lo prometido y hacer lo que se dice.

Por
Edwin Botero Correa

Ya no parece insólito, pero lo es: cada vez más las promesas están a la orden del día. Como si un extraño sortilegio alimentara su fuego, estas aumentan a la par que lo hacen las mentiras.

Nuestra sociedad hiperactiva subsiste en medio de una ebullición política que se atiza aún por fuera del fragor de la contienda electoral, en el que mentiras y promesas han escalado hasta llegar a ser sinónimos.

Y aunque todos sabemos que después sobrevendrán los fiascos, con su inevitable lastre de frustración y desconfianza; aunque podamos entender que estos serán apenas la consecuencia natural del pregón que con notas casi mesiánicas hacen de sus mentiras los politicastros, avivatos y negociantes que pululan en el hervidero en que se ha convertido el mundo, parece no importarnos.

Pero una cosa es que aún no hayamos podido encontrar una salida, y otra muy distinta que no la haya. Engañados, ya no salimos a buscarla. Hay una postración, un no atreverse, una falsa resignación que paraliza; un estancamiento -quizá por el peso del desencanto-, que nos ha dejado ciegos e inermes ante la espesa bruma de la grandilocuencia, la demagogia y el populismo. La humanidad se resigna a la quietud y se solaza en el absurdo, mientras la oscuridad comienza a envolverlo todo bajo su manto siniestro.

Esta, que ha sido tal vez la tentación más recurrente de todos los tiempos, también ha sido ya reconocida, combatida y derrotada con anterioridad, incluso por la poesía. Con razón, comprendiendo la astucia de unos, y conociendo el vacilante corazón de los otros, exclamó en su tiempo el poeta Horacio:

«Con dolores de parto el monte brama,
y al fin pare un ratón».

Retomando casi literalmente sus palabras, el fabulista español Félix María de Samaniego escribió siglos después unos breves versos titulados «El Parto de los Montes», a los que adosó estos otros:

«Hay autores que en voces misteriosas,
estilo fanfarrón y campanudo,
nos anuncian ideas portentosas;
pero suele a menudo
ser el gran parto de su pensamiento,
después de tanto ruido, sólo viento».

Así ha sido siempre. La diferencia estriba en que la mentira ya no es patrimonio exclusivo de politiqueros y de sofistas. Ésta parece haber permeado nuestras estructuras mentales, morales y sociales, hasta penetrar en eso que algunos llaman “el inconsciente colectivo” y luego en nuestras costumbres, transformando así el “éthos” y, con éste, el “modus vivendi” y el “modus operandi” de nuestra sociedad, a través de las promesas.

Que haya promesas, es algo natural, pues el compromiso -“con promesa”- es el fundamento de las relaciones, el que da origen a las instituciones y el que garantiza su estabilidad. Pero que abunden, es inaudito.

Que la ligereza para hacerlas sea el expediente que mantenemos en la punta de la lengua para salir de apuros, para contentar a otros o para lograr que hagan lo que esperamos, ya no sólo es grave, sino vil. Y peor aún es que este nuevo “orden” de cosas se traslade a los ámbitos de lo cotidiano: al hogar, a la amistad, al trabajo…, en los que la palabra se ha convertido en el recurso por excelencia para engatusar a propios y extraños.

A la mentira tenemos que desterrarla de nuestras vidas. Porque es precisamente a partir de ella, de las palabras vanas, de la falta de consideración y de respeto hacia el otro, de donde surge la desconfianza que marca el tono de las relaciones en la sociedad actual, en la que ya nadie espera nada de nadie, hastiados como estamos de promesas y de palabras deslumbradoras a las que alguna vez estuvimos sujetos y expectantes, pero que jamás se cumplieron.

Aunque el utilitarismo impone la mendacidad en función de la conveniencia inmediata, ésta no marcaría el tono de nuestras relaciones ni tendrá la última palabra en nuestras vidas, si nos decidimos a ser veraces y la rechazamos de plano en nuestro fuero interno y en nuestra conducta.

Por ello, convendría mucho -como primer paso-, aprender a ser más discretos en lo personal; y, en lo concerniente al trato con los demás, aún más respetuosos. Es decir, a evitar hacer promesas, y aún a no hacerlas, sino únicamente cuando por la gravedad o sacralidad del asunto en cuestión así corresponda.

Pero de modo paralelo -y superior- a la mentira coexiste, prevalece, está vigente y tiene su propio peso la verdad, a la que se hace indispensable volver. Sí, la Verdad, que establece un auténtico Orden Moral.

A esta nos remitimos, pues aporta la suficiente y necesaria luz para aclarar el tema; nos ayuda a estimar mejor las consecuencias de ese mundo de artificios verbales en el que nos movemos; y, especialmente, a captar la importancia de volver a las fuentes en las que es posible superarlo.

En Hebreo, el término “Palabra” designa a la Persona en su Integridad, en toda su compleción y plenitud. Es una expresión colmada de sentido, y cuando alguien se refiere a “la palabra” o “da su palabra”, ello significa que dicha persona se da íntegramente a sí misma, que se compromete absolutamente y por entero.

La Persona es su propia palabra, es lo que dice; y ello se refiere tanto al tono, a la calidad y altura de sus expresiones, es decir, al contenido de sus conversaciones, como a su grado de coherencia. En consecuencia, la persona es la unidad, la integridad indisoluble entre lo que habla y lo que cumple, que es lo que finalmente expresa la plenitud de su ser, su condición de “individuo”, es decir, su indivisibilidad e individualidad, que -en términos filosóficos; ontológicos y éticos, para ser más precisos- la cultura occidental ha consignado en la famosa sentencia: “el acto sigue al ser”.

De modo que se es plenamente persona en tanto hay una real cohesión entre lo que se dice y lo que se hace. Y se degrada a sí mismo y denigra de sí, de su auténtica condición humana y estatura moral, quien niega y contradice con sus hechos, quien no cumple lo que ella misma dice. Por ello, quizá, la sabiduría popular afirma con cierta sorna e ironía: “cada cual habla de lo que le gusta”, que vendría a ratificar aquello de que cada quien, con su hablar, expresa lo que es.

De allí que en toda la riqueza de nuestra tradición judeocristiana y grecolatina, la palabra siempre haya sido apreciada y estimada como un Don Sagrado: Dios lo hizo todo a través de La Palabra.

Luego de su conversión, y habiendo sido criado en la indiferencia religiosa más absoluta, en un clima de “ateísmo perfecto” -según lo expresaba él mismo-, el afamado periodista y escritor francés André Frossard no dejaba de asombrarse ante este hecho, y se refería a él con un respeto que rayaba en la contemplación: “basta un pensamiento de Dios, y de pronto bulle y aletea una criatura en el agua, en el aire o en la tierra”, decía. Dios crea a través de Su Palabra.

Con San Juan, nos enteramos de una realidad mucho más excelsa: El verbo -el logos, La Palabra- estaba en Dios, y El Verbo era Dios”, según lo narra en el sublime prólogo de su Evangelio. Y “El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros”. Es decir, que el Dios invisible se hizo visible, nos mostró su rostro y se hizo presente, a través de Su Palabra.

Más adelante, Jesús mismo ratifica cómo la palabra es tan sagrada, que de cada una de ellas -advierte-, especialmente de las “necias”, habremos de “rendir cuentas”. Insiste en la necesidad que tenemos de “ser prontos para escuchar, y lentos -muy lentos- para responder”. Nos enseña que “de la abundancia del corazón habla la boca”. Y nos insta a que nuestra respuesta sea cuando es sí y No cuando es no”, porque todo lo demás “lo añade el diablo”.

Entre los relatos del Génesis, al comienzo del Antiguo Testamento, descolla de manera especial uno que impresiona por la forma como presenta la discordancia que hay entre la trivialidad del lenguaje humano y la sobriedad de las palabras divinas.

Ocurre que cuando Abrahán es visitado por tres ángeles en los que reconoce la presencia de Dios, éste les invita a sentarse diciéndoles que les lavará los pies, que les brindará agua, que mandará a cocer para ellos unas tortas de harina y se las servirá, que ordenará a sus criados disponerlo todo inmediatamente para atenderlos. Entonces, con una concisión admirable, éstos le responden: «Haz lo que dices».

Así, quien pasó a llamarse “Abraham” y fue consagrado como “el Padre de la Fe”, además de las Promesas recibidas, experimentó en sí mismo la conmoción propia de los hijos de Dios cuando descubren que existe una auténtica dimensión moral, que rige la conducta humana.

En contraste, en un mundo de promesas rotas y en el que prevalece la mentira, sólo la Palabra y las promesas Divinas parecen tener sentido, y eso únicamente entre quienes aún les conceden alguna credibilidad; quienes asumen que Dios, que es la Verdad, es fiel y no puede mentir, y por eso puede hacer promesas: porque no puede fallar.

«Haz lo que dices». El sólo hecho de que estas palabras casi imperceptibles dentro del relato hayan sido consignadas en la Sagrada Escritura, demuestra que Abraham se cuidó muy bien de hacerles comprender a sus descendientes el valor de dicha expresión como uno de los más preciados tesoros de aquella visita del cielo, y de legarles la plenitud del sentido que entrañan.

Sólo cuatro palabras, las justas para haberlo dejado atónito y, con estupor, grabarlas en su corazón. Aquellas palabras calaron hondo en su conciencia, y modelaron para siempre su modo de pensar, de hablar y de proceder.

Un legado para apreciar la auténtica valía de una persona, en medio de la vanidad y de la banalidad reinantes: integridad y coherencia. Que -como aún se dice entre los españoles, tan políticamente convulsos y de los que en realidad no estamos tan distantes- “más vale un gramo de hacer que un kilo de decir”.

sábado, 24 de diciembre de 2016

Sin Cuentos en Navidad


Por Edwin Botero Correa


Desde cuando Charles Dickens publicó en 1.843 la que llegaría a ser su obra más famosa, «Un Cuento de Navidad», su vigencia no sólo prevalece sino que crece, pues aún logra tocar algunas fibras que invitan a recobrar lo que nos queda de sensibilidad humana y de solidaridad.

Pero más allá de su innegable actualidad, esta admirable historia, y muchas otras obras literarias que se establecieron como referentes de auténtica humanidad, ya no influyen en la modelación de nuestra conducta ni en la de la sociedad, como han dejado de hacerlo la educación y los valores que la cimentaban.

Una risita condescendiente se dibuja y asoma apenas en los rostros de nuestros niños cuando les referimos las otrora épicas historias de la Literatura Universal cargadas de enseñanzas. Hoy, si no están avaladas por una versión cinematográfica cuyo entramado se teje sobre las pasiones más abyectas y execrables, es como si no existieran. Hay que ver la diferencia de carácter que media entre la Caperucita o la Blanca Nieves literarias originales a las del cine.

Sí. Lo que Dickens denunció en su tiempo se queda corto ante la degradación de hoy, que marca la que se considera ya como la caída inevitable de la misma Civilización no sólo Occidental, sino Humana. A manera de muestra, sólo en Colombia podríamos mencionar los siguientes hechos:

1.       Según la Cerac, las Farc violaron por tercera vez el cese al fuego bilateral (Ver).

Y tres veces le ha dicho Santos al mundo, con su proverbial grandilocuencia, parafernalia y campanas al viento, que “hoy el país amaneció en paz”. Pero la realidad es tozuda, y ahí están los hechos de “los protagonistas de la paz” -de uno u otro lado- para ratificarlo.

Mientras tanto, los colombianos nos levantamos cada día a afrontar la vida o a pensarla, según se nos presenta, siempre dentro del marco de tan idílicas promesas y el contraste de nuestra abrumadora realidad.

2.       Noticias Caracol titula: “No pudo ni el Papa”.

¿Hablaban de Paz? Aunque ya se sabe que Santos buscaba una bendición individual que de alguna manera canonizara y le diera valor de eternidad al Nobel recibido, esta vez imperó la discreción de la diplomacia vaticana que supo sobreponerse a la tentación de la unilateralidad, y en cambio reconoció el importante papel de Uribe y de la oposición -que ya no sólo es Uribista- en la estabilidad del país.

¿Qué esperaban algunos de esa reunión? Alinear a Uribe no hubiera logrado nada en favor de la paz, y en cambio sólo habría servido para legitimar a Santos, justo cuando sus actuaciones políticas, administrativas y jurídicas, aún en nombre de la paz, deben ser aclaradas. De ello no podrán librarlo ni el Nobel ni El Vaticano.

3.       Durante uno de los discursos propios del periplo verbal en el que se ha convertido el tema de la paz, Santos -con la ampulosidad que lo caracteriza- anunció: “Sin conflicto con las Farc, nos disponemos a ser la despensa alimentaria del mundo”.

¡Por Dios! Cuánta vanidad y extravagancia. No le alcanza la mano hasta La Guajira para llevar agua potable, calmar el hambre, acabar la desnutrición y la mortalidad infantil, o para intervenir ante el proselitismo armado en las desérticas y premonitorias inmediaciones del municipio de Conejo, y tan “manguiancho” ahora prometiendo alimentar al mundo.

Pura palabrería populista y mesianismo ante el mundo, mientras el futuro de los colombianos se cuece entre el desbordado gasto público, la burocracia oficial, el déficit fiscal, la reforma tributaria, la colusión de poderes, la desestabilización institucional, el atropello a la Constitución y el derribamiento de la Democracia. En una palabra, entre el asalto a lo público y al Bien Común.

4.       Pretender alcanzar la Paz y construir “un nuevo país” sobre un régimen y una diplomacia de mentiras.

Lo señaló Gustavo ÁIvarez Gardeazábal:

“En los últimos años el país se ha ido acostumbrando a las mentirillas. Para ello ha contado con el apoyo de varios elementos del talante nacional, que traicionaron sus convicciones y su manera de ser y nos fueron llevando, lenta pero inexorablemente, a ser un país engañado.

En primer lugar el régimen de las mentirillas que terminamos por aceptar fue promovido por el actual gobernante. Ha dicho tantas mentiras y ha montado tan falsas promesas, que nadie terminó por creerle” (Publicado en ADN, el 20 de diciembre de 2016).

Por fuera de nuestra patria, tenemos la guerra en Siria y los conflictos en Oriente Medio; los atentados terroristas en Europa; el asesinato del embajador ruso en Turquía; las oleadas de “migrantes” que se comportan como auténticas hordas invasoras con actos vandálicos y barbarie incluidas; la vociferación pseudo libertaria, indigenista y socialista de las “naciones hermanas” de nuestra utópica América Unida; las amenazas nucleares de países como Irán y Corea del Norte; o las tensiones “diplomáticas” entre potencias armadas hasta los dientes como USA, Rusia o China.

Estas son algunas de las realidades profanas más punzantes, que no nos dejan vivir ni dormir en paz. Y ocurren en una época en la que reina una abundancia material y tecnológica sin precedentes. Efectivamente, ya no son una “civilización” o un imperio, sino el mundo mismo el que asiste a su propia decadencia. De tal declive dan cuenta los hechos.

En medio de todo este panorama nos preguntamos si tal vez fuimos nosotros a quienes nos arrebataron la edad de la inocencia, si nos dejamos seducir y lo permitimos. Tal vez debamos reconocer que hemos renunciado a los Principios y, al hacerlo, removimos nuestro andamiaje humano y social de su propio quicio.

Pero también caben otras preguntas: ¿Aún puede haber lugar para la esperanza? ¿En dónde obtendríamos una respuesta? Quizá si establecemos un contraste entre dichas realidades y atendemos al valor de las más sublimes, podríamos aventurar una salida.

Comencemos por afirmar que no hay ética ni estética posible si no están vinculadas a la realidad espiritual. Resulta paradójico constatar cómo los hechos profanos dan perfecta cuenta del estado de las realidades superiores, no en cuanto a sí mismas, sino en el corazón de las personas, en el de los pueblos, en el de los gobernantes, en los de los gobernados y en el de las sociedades.

Ante el contraste, lo primero que viene a la mente es la balada que narra la aparición del fantasma de Marlin y los escrúpulos de Scrooge, que en su tiempo removió con fuerza las conciencias, pero que hoy resulta claramente exigua para mover siquiera un ápice de su sopor a la humanidad. Dicha historia, además, nos recuerda aquella clarísima y escueta advertencia de Jesús: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto” (Lucas 16, 31). Y habida cuenta de la situación, hoy menos que nunca.

Pero es precisamente la Navidad la única realidad que podría restituir al hombre su grandeza y volver a situar la historia dentro de su órbita natural. Y lo es, en tanto es así mismo la más sublime de todas las realidades espirituales, debido a la grandeza del misterio que encierra.

Por ello no es viable una reafirmación ni una expresión literaria y pedagógica de la Navidad, si no está referenciada en lo que constituye su origen, su esencia y su razón de ser. Sin esta ineludible consideración espiritual, no sería posible la Navidad. A esta se han plegado los grandes literatos, incluso ateos, de todos los tiempos, que -sobreponiéndose a sus escrúpulos racionalistas- han buceado allí, y han descrito cómo “la fuerza del Misterio es capaz de imponerse a la libertad humana sin violentarla” (Expresión citada aquí).

Comencemos por Juan Manuel de Prada, quien en su artículo del 18 de diciembre titulado ¡Feliz Navidad!, escribe:

«Decía Chesterton que en Navidad celebramos un trastorno del universo. Adorar a Dios significaba hasta la Navidad alzar la mirada a un cielo inabarcable que nos estremecía con su vastedad; a partir de la Navidad, adorar a Dios significa dirigir la mirada hacia el interior de una cueva lóbrega, para reparar en la fragilidad de un niño que llora en un pesebre. Las manos inmensas que habían modelado el universo se convierten, de súbito, en unas manos diminutas que tiemblan en el frío de la noche y buscan el calor del pecho de su Madre».

Para quienes somos creyentes -y aún para quienes no lo son-, el milagro más grande después de la Transubstanciación en la Sagrada Eucaristía, es que Dios se hubiera hecho hombre, y que para ello hubiese dispuesto tener una Madre, que no podía ser sino una criatura "plena de gracia". En eso consiste la Navidad. Es Dios quien lo hace. Y tan Omnipotente es, que puede hacerse hombre, venir al mundo como lo hacemos todos los hombres, y mantener Su Divinidad intacta, por Amor, que es la cima de la locura.

Continúa Juan Manuel de Prada:

«Divinidad y fragilidad habían sido hasta ese momento conceptos antitéticos; pero la Navidad los obliga a juntarse […] y subvierte por completo nuestras categorías mentales. Los hombres, que desde la noche de los tiempos se habían arrodillado ante la furia apabullante de los elementos, deciden arrodillarse de repente ante un recién nacido, mucho más pequeño y desvalido que ellos mismos, pues ni siquiera ha podido ser alumbrado en una posada. Ante una tempestad o una lluvia de estrellas uno puede arrodillarse con miedo; ante un niño que ha nacido en una cueva, como un proscrito, uno sólo puede arrodillarse con amorosa y emocionada piedad.

[…] Al asumir Dios la fragilidad de la naturaleza humana, se inauguró una nueva era de la Humanidad, que desde entonces pudo entender mejor el sentido sagrado de la compasión; pues, desde el momento en que Dios se había hecho frágil como nosotros mismos, resultaba más fácil abrazar la fragilidad del prójimo […].

Por eso la Navidad puede considerarse una fiesta de locos rematados; y por eso, cuando falta el manantial originario de esa locura, se convierte en una fiesta indecente, puro sentimentalismo vacuo que revuelve las tripas y estraga el alma, por mucho que finjamos alegría y regocijo (o, sobre todo, cuando fingimos alegría y regocijo). Pues deja de ser verdadera fiesta, para convertirse en un aspaviento disfrazado de algarabía, atracón de turrones y vomitera nocturna; una sórdida orgía consumista, aderezada con unas dosis de humanitarismo de pacotilla».

Cuando el sentido de la Navidad es auténtico, es cuando entre las personas y las familias se comparten todas esas oraciones, esas meditaciones, esas canciones..., todas esas comidas y buenos sentimientos. Es como si, por inspiración Divina, la humanidad sacara lo mejor de su corazón y, en un repertorio inagotable, estuviésemos dispuestos a compartirlo sin fin y sin medida. ¿Qué nos pasa el resto del año? Ah... ¡Si todos los días fuesen Navidad!

Jean-Paul Sartre escribió en prisión una breve obra teatral titulada “Barioná, el hijo del trueno (Misterio de Navidad)”, que fue representada por un grupo de presos en un campo de concentración alemán en 1940, y que apenas aparece como apéndice en su recopilación de obras teatrales. Recordando lo que significó dicho acontecimiento, escribe:

«Mi primera experiencia teatral fue particularmente afortunada. Mientras estaba prisionero en Alemania en 1940, escribí, puse en escena e interpreté una obra de Navidad que, consiguiendo esquivar la vigilancia del censor alemán por medio de símbolos sencillos, se dirigía a mis compañeros de cautiverio (…) en aquella ocasión, al dirigirme a mis compañeros por encima de las luces de las candilejas y hablarles desde su condición de prisioneros, les vi de repente tan realmente silenciosos y atentos que comprendí lo que el teatro tenía que ser: un gran fenómeno colectivo y religioso».

El autor de la nota que reseña esta obra de Sartre, dice: “No deja de ser paradójico que el autor más ‘confesionalmente ateo’ del siglo XX escribiera la que es, quizá, la mejor descripción literaria del Misterio de la Encarnación”. Así se refiere el mismo Sartre a su obra:

«...Se trataba simplemente, de acuerdo con los sacerdotes prisioneros, de encontrar un tema que pudiera hacer realidad, esa noche de Navidad, la unión más amplia posible entre cristianos y no creyentes».

Y quien la reseña, reitera: “La obra, como casi todas las de Sartre, se lee con facilidad y ritmo, resulta de una gran belleza y está cargada de emoción, de misterio, de esperanza. Se podría decir que la esperanza es la columna vertebral de todo el argumento. Es un libro precioso para acercarse, en este tiempo, al Misterio de la Encarnación”.

Pues nótese cómo ese tema de unión entre cristianos y no creyentes, se refería no a una realidad profana, como un acuerdo de paz en medio de la guerra, sino a la más sublime y espiritual: el Misterio de la Encarnación, que da origen a La Navidad.

A continuación, un breve extracto de esta obra, publicado por J. Jesús García y García en EL OBSERVADOR DE LA ACTUALIDAD, No. 389 del 22 de diciembre de 2002:

«Como hoy es Navidad, tiene usted derecho a exigir que se le muestre el nacimiento. Aquí está. Aquí está la Virgen y aquí está José y aquí está el Niño Jesús. Pero escuche: no tiene más que cerrar los ojos y le diré cómo los veo dentro de mí. La Virgen está pálida y mira al Niño. Lo que habría que pintar sobre su rostro sería una admiración ansiosa que sólo apareció una vez sobre una figura humana porque Cristo es su Hijo, la carne de su carne y el fruto de sus entrañas. Lo llevó nueve meses y le dará el seno, y su leche se convertirá en la sangre de Dios. Y, por momentos, es muy fuerte la tentación de que olvide que Él es Dios. Lo aprieta en sus brazos y dice: ¡Mi pequeño! Pero en otros momentos permanece toda sobrecogida y piensa: Dios está aquí. Todas las madres se detienen así por momentos ante ese fragmento de su carne que es su hijo y se sienten en exilio ante esa vida nueva que se ha hecho con su vida y a la que habitan pensamientos extraños. Pero ningún hijo ha sido más rápidamente arrancado a su madre, porque Él es Dios y sobrepasa por todas partes lo que ella puede imaginar.

Hay otros momentos, rápidos y escurridizos, en que siente a la vez que Cristo es su hijo, su pequeño de ella, y que es Dios. Lo mira y piensa: 'Este Dios es mi hijo. Esta carne es mi carne. Está hecho de mí, tiene mis ojos y esta forma de su boca es la forma de la mía. Se me parece. Es Dios y se me parece'. Y ninguna mujer ha tenido así a su Dios para ella sola. Un Dios pequeñito al que se puede tomar en sus brazos y cubrir de besos, un Dios que sonríe y que respira, un Dios al que se puede tocar y que vive. Y es en esos momentos cuando yo pintaría a María, si fuera pintor, y trataría de expresar el aire de intrepidez tierna y de timidez con la cual adelanta el dedo para tocar la suave pielecita de su Hijo-Dios, del que siente sobre las rodillas el peso tibio y que le sonríe.

Esto en cuanto a Jesús y en cuanto a la Virgen María. ¿Y José? A José no lo pintaría. Sólo mostraría una sombra al fondo de la granja y dos ojos brillantes. Porque no sé qué decir de José y José no sabe qué decir de sí mismo. Adora y es feliz de adorar. Y toda la vida de José, me imagino, será para aprender a aceptar».

Esto es literatura, poesía…, y ética. A eso es a lo que me refiero cuando hablo de realidades sublimes, que no se pueden desvincular de su matriz espiritual.

La ética es racional, y su fuerza estriba en un pensamiento sujeto a la Verdad de las realidades que lo trascienden. Nos remite a nuestra auténtica naturaleza y a nuestra finalidad, a vivir y a asumir nuestra realidad concreta, sin que en ello medien la mentira o el engaño. Nos lleva a descubrir el propósito de nuestra vida, y le confiere toda la plenitud de sentido que realmente tiene.

Por ello, como decía Víctor E. Frankl parafraseando a Nietzche: “El que tiene un por qué, es capaz de encontrar el cómo. En ese cómo radica la estética. A las realidades, luego de encontrarles su sentido, solía dárseles una salida estética, expresiva y ordenada. Hoy no se comprende la realidad y, en consecuencia, la única salida que se le da es convulsiva y desordenada.

Volviendo a Chesterton, éste decía:

«Quitad lo sobrenatural y no encontraréis lo natural, sino lo antinatural».

A lo que Juan Manuel de Prada adosa:

“Quitadle a la Navidad su cataclismo sacro, ese trastorno del universo del que hablábamos más arriba, y no encontraréis la verdadera fiesta, sino su parodia grotesca y antinatural...

No hay felicidad sin una aceptación íntegra de nuestra naturaleza, que incluye una vocación religiosa; y tal vocación no se puede extirpar sin un grave menoscabo de nuestra propia naturaleza”.

Por su parte, el escritor francés Georges Lenôtre (pseudónimo de Théodore Gosselin), historiador y literato, dotado de una fina agudeza para retratar la otra cara de la revolución francesa, en el cuento «El árbol de Navidad del señor Auvrigny», se preguntaba a través de uno de sus personajes:

«Cuando dispongáis de tiempo, señor Birou, ya tendréis la amabilidad de explicarme cómo puede ofuscar vuestros sentimientos igualitarios la imagen de un niño tendido sobre la paja de un pesebre...».

También hoy muchos se plantean honestamente -y sin idealismos- la misma pregunta: ¿Cómo podría hacerlo? Si sólo Dios ES Paz, sólo Él puede concederla a través de Jesús, el único Príncipe y Señor de La Paz.

Al respecto, fue Andrè Frossard, reconocido periodista y escritor también francés, heredero político de la revolución y educado en el más perfecto ateísmo, quien afirmó:
«La fe es lo que permite a la inteligencia vivir por encima de sus propias posibilidades».
De modo, pues, que es la propia razón la que invita a sobreponerse ante las realidades profanas, y a resolverlas fijando la mirada en las más sublimes; a salir del desierto atroz en el que no habitan la ética o la estética; a pedir, como lo hizo Juan Ramón Jiménez en su poema “Eternidades”:

«¡Inteligencia, dame
el nombre exacto de las cosas!
Que mi palabra sea
la cosa misma,
creada por mi alma nuevamente.
Que por mí vayan todos
los que no las conocen, a las cosas;
que por mí vayan todos
los que ya las olvidan, a las cosas;
que por mí vayan todos
los mismos que las aman, a las cosas.
¡Inteligencia, dame
el nombre exacto, y tuyo,
y suyo, y mío, de las cosas!».

Es decir, que se vuelvan a escribir cuentos sobre la esencia de las cosas, que son los que verdaderamente enseñan. Para que las cosas sean lo que son: que un cuento, sea un cuento; un mensaje, un mensaje; un relato, un relato; y la Navidad, la Navidad… Sin cuentos.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Justicia y Paz: La Palabra de Dios en contraposición a las ideologías

* * *
(Las Bienaventuranzas, Mateo 5, 1-11; Lucas 6, 20-23).


Muchos que fungen como "promotores" de la paz, y que por su condición de comunistas declarados son además ateos confesos y profesos, citan sin reato alguno el versículo 9 del capítulo 5 del Evangelio de San Mateo, que literalmente dice: «Dichosos los que trabajan por la paz, porque se llamarán hijos de Dios».

Manipulan la Palabra de Dios, socavan su sentido y la "ideologizan", confirmando así aquello de que "un texto fuera de contexto se convierte en un pretexto", en este caso, para sus propios fines. Y se valen de este versículo para injuriar a los mismos cristianos que cuestionan el contenido y alcance de su osadía, llamándolos "enemigos de la paz".

De modo que, por efecto de este artilugio, se consuma la pretensión de impunidad de los sediciosos que han ejercido el terror en todas sus formas durante décadas, y ahora devienen vea usted en "hijos de Dios" . Y lo peor es que no faltan, entre los creyentes, quienes los prohíjen.

En contra de su falacia, el mismo pasaje enuncia no ya uno, sino dos versículos que se refieren de manera concreta a la Justicia como el antecedente necesario y el fundamento de una sociedad ordenada conforme a la Dignidad Humana y no a un ideal difuso que la degrada y cosifica. Específicamente, el versículo 6 dice: «Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán satisfechos». Y el versículo 10, reza: «Dichosos los perseguidos por practicar la justicia, porque el Reino de los Cielos es para ellos».

Como se puede ver, en ninguna parte de la Sagrada Escritura la Palabra de Dios ofrece un paraíso terreno como fruto de la injusticia: y hasta donde –por sentido común– todos sabemos y entendemos, el terror, el secuestro, el narcotráfico, el minado de campos, el reclutamiento forzoso y de menores, el abuso, los abortos, las tomas, los atentados o las ejecuciones sumarias, lo son.

Pero si acaso osaran justificar su alzamiento y sus delitos precisamente en el supuesto de que lo hicieron porque tenían "hambre y sed de justicia", cabe recordarles lo que el versículo 5 deja bastante claro: que la promesa de que «heredarán la tierra» es para los humildes, no para los altaneros y soberbios; y ello es así por la sencilla razón de que "jamás, bajo ninguna circunstancia, es lícito hacer un mal para obtener un bien".

Sin Justicia no puede haber Paz. Por eso la promesa del Reino de los Cielos es para los justos. Someterse a la Justicia es el primer paso en firme hacia la Paz. Y para ello se necesita humildad, si es que esperamos sembrar y obtener algo verdaderamente bueno aquí en la tierra. La Palabra de Dios es clara, y en nada se parece a las promesas huecas e idealistas de las ideologías.

sábado, 12 de noviembre de 2016

DECLARACIÓN CONJUNTA DE CIUDADANOS Y ASOCIACIONES LAICALES CATÓLICOS

DECLARACIÓN CONJUNTA
DE CIUDADANOS Y ASOCIACIONES LAICALES
CATÓLICOS

Nosotros, los Fieles Laicos, tanto por iniciativa personal
como constituidos en Asociaciones Laicales Católicas

Y CONSIDERANDO

1º. Que “…la conciencia cristiana bien formada no permite a nadie favorecer con el propio voto la realización de un programa político o la aprobación de una ley particular que contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y la moral”. (Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, 2002).

2º. Que la situación extraordinaria, que en materia política y social afronta Colombia, amenaza el Orden Institucional.

3º. Que en nombre de la “paz” no se pueden legitimar ideologías e imponer normas contrarias al orden Moral, que atentan contra la Dignidad de la Persona, la Vida, la Familia o que interfieren el Derecho de los Padres a elegir la Educación más adecuada para sus hijos.

MANIFESTAMOS:

1. Rechazamos las declaraciones del señor Presidente de la República según las cuales quienes votamos NO lo hicimos “por ignorancia”, y nos permitimos recordarle que El NO fue el resultado claro, inapelable y contundente del plebiscito, y todos −en primer lugar el mismo Presidente de la República− debemos respetarlo con todas sus implicaciones y consecuencias políticas, jurídicas, sociales y morales. El NO al contenido de los acuerdos, los invalida de raíz; por lo tanto, lo único que tiene un carácter vinculante es dicha decisión.

2. Que “la paz no lo justifica todo”, y menos aún el sometimiento del Orden Constitucional e Institucional vigente a la ideología marxista comunista, que conduciría irremediablemente a un régimen totalitario con apariencia democrática. Bajo ningún aspecto, éste puede ser objeto de discusión o de negociación alguna.

3. En tal sentido, prevalecen y deben salvaguardarse los principios fundamentales del Estado de Derecho que garantizan la libre iniciativa, la propiedad privada, el derecho de asociación, la libertad de conciencia y de expresión, y la justicia, entre otros.

4. La doctrina de la Iglesia ha declarado y condenado reiteradamente los errores de la ideología marxista y del comunismo por ser intrínsecamente perversos y reducir a la persona humana y a la sociedad misma al materialismo, al ateísmo y a la negación de su propia realidad y naturaleza.

5. Rechazamos la pretensión de incluir la ideología de género como si se tratara de un bien y del sustrato sobre el cual se construiría una sociedad en paz, cuando lo que hace es promover el relativismo como sistema de valores e instaurar un orden amoral para “deconstruir” la noción de Persona y destruir la estructura de relaciones propia de la familia tradicional.

6. La persona, el matrimonio y la familia, son realidades de orden natural anteriores al Estado, perfectamente definidas en sí mismas y constitutivas de la sociedad. Como realidades naturales, son éstas las que se organizan y conforman primero la Sociedad y, luego, el Estado: no es el estado el que conforma la sociedad ni, mucho menos, el que la define, ni a sus instituciones intermedias. A éste le corresponde velar por su integridad mediante una adecuada acción subsidiaria y empeñar en ello toda su fuerza y su capacidad, con leyes justas.

7. De cara al Bien Común, el Estado debe estar al servicio de la sociedad y no al revés. El papel de la autoridad es ordenar la comunidad política no según la voluntad del partido mayoritario sino atendiendo a los fines de la misma, buscando la auténtica promoción de cada persona, aplicando el principio de subsidiariedad y protegiendo al más débil del más fuerte.

8. “Una política para la persona y para la sociedad sólo es posible mediante la defensa y promoción de la justicia, virtud en la que todos deben ser educados, y fuerza moral que sostiene el empeño por favorecer los derechos y deberes de todos y cada uno, sobre la base de la dignidad personal del ser humano” (Juan Pablo II, “Los Fieles Laicos”, No. 42 y 43).

9. Reiteramos que, como laicos, estamos llamados a “animar cristianamente el orden temporal sirviendo a la persona y a la sociedad, y de ningún modo podemos abdicar de la participación en la «política», es decir, en toda la acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común” (Juan Pablo II, “Los Fieles Laicos”, No. 42 y 43).

10. De acuerdo con lo anterior, invocamos la protección del Sagrado Corazón de Jesús, a cuyos pies fue consagrada la Nación, y de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, Reina y Patrona de Colombia.


7 de octubre de 2016
Fiesta de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá,
Reina y Patrona de Colombia.

viernes, 30 de septiembre de 2016

"El acuerdo Santos-Farc es una de las peores aberraciones de la humanidad".

Nuevo, clarísimo y contundente análisis: "El acuerdo Santos-Farc es una de las peores aberraciones de la humanidad".

Por César Vidal Manzanares

Escritor, Historiador, internacionalmente reconocido y distinguido Periodista español.

Escucha el audio completo.


viernes, 4 de marzo de 2016

Cómo se consagró Colombia al Sagrado Corazón de Jesús

Urge un movimiento de Oración por Colombia

Hoy, primer viernes de mes, dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, cabe recordar cómo se obtiene y de dónde procede la verdadera Paz.

Señores Obispos, olviden por un instante las consideraciones sociales, den prioridad al aspecto Espiritual, y lideren esta súplica al Cielo: reconsagren Todos el país al Sagrado Corazón de Jesús.

¡Es urgente!


miércoles, 10 de febrero de 2016

Profesionales por la Ética, miembro de la Federación Europea One of Us por la Vida y la Dignidad Humana





Querido amigo y colaborador,

Es una gran satisfacción para mí poder comunicarte que en su última Asamblea General la Federación Europea One of Us por la Vida y la Dignidad Humana -de forma abreviada, One of Us- ha admitido la solicitud de Profesionales por la Ética para incorporarse como miembro de pleno de derecho de la misma. Nos sentimos orgullosos de formar parte activa de una Federación con una trayectoria como la de One of Us y esperamos estar a la altura y aportar nuestra experiencia, nuestro esfuerzo e ilusión a su admirable trabajo.

Nacida en Cracovia (Polonia) en 2013 a raíz de la Iniciativa Ciudadana Europea (ECI) provida que presentó ante la UE 1,7 millones de firmas, la Federación One of Us declara como sus propósitos fundamentales:

1. El reconocimiento incondicional de la inherente e inalienable dignidad humana como fuente de las libertades humanas y los derechos ciudadanos. Como tal debe ser inviolable y objeto de protección por parte de todas las autoridades públicas.

2. El desarrolla de una Cultura de la Vida en Europa, a través de la promoción y el apoyo de actividades que influyan a favor de la vida humana, particularmente en sus fases de desarrollo más vulnerables (concepción y gestación, infancia, maternidad, enfermedad, discapacidad, ancianidad y final de la vida).

La Federación ha organizado para el próximo 12 de marzo el I Foro Europeo One of Us que reunirá en Paris a más de 1.500 delegados de organizaciones defensoras de la vida y de la dignidad humana de toda Europa y al que esperamos poder asistir. 

Asimismo, te recuerdo que One of Us mantiene abierta la petición de firmas dirigida a expertos de los ámbitos de la ciencia, la política y el derecho. Esta petición se puede firmar a través de la web http://www.oneofusappeal.eu/es/. Se trata de una invitación a todos los expertos a unirse a mencionada Iniciativa Ciudadana Europa ‘One of Us’, por la que se pidió la limitación de las subvenciones de la UE a programas que no impliquen la destrucción de embriones humanos.

One of Us está copresidida por D.Carlo Cassini y D. Jaime Mayor Oreja. Las organizaciones españolas miembro de la Federación son, además de Profesionales por la Ética, la asociación Cidevida, la plataforma Citizen Go!, la asociación de científicos e investigadores CíViCa , la Federación Española de Asociaciones Provida, el Foro Español de la Familia, la Fundación REDMADRE, la Fundación Valores y Sociedad y la plataforma Hazte Oír. Desde aquí expresamos nuestro agradecimiento a todas ellas por su gran labor y nuestra disposición a colaborar no sólo dentro de la Federación sino también en aquellas acciones y empresas de carácter nacional en las que esté en juego la defensa de la vida, la familia y la libertad.

Un abrazo,

Leonor Tamayo
Presidenta
PROFESIONALES POR LA ÉTICA
España

Tlf: 667564590
ltamayo@profesionalesetica.org
www.profesionalesetica.org
@TamayoLeonor
@profesionales
@PpEint

Profesionales por la Ética es una asociación inscrita en el Registro de Asociaciones del Ministerio del Interior (España) con el número nacional 111.456. Pertenece a la OSCE y al FRP de la Agencia de la Unión Europea para los Derechos Fundamentales (FRA) y está acreditada como ONG ante el Parlamento Europeo. Es asimismo miembro fundador de Women of the World y de la Euthanasia Prevention Coalition – Europe. También forma parte de la coaliciones internacionales Federación One of Us, Life is Beautiful y UN Family Caucus.