Hace apenas unos días, los medios de comunicación registraban
el triste hallazgo del morral de una guerrillera y, dentro de éste,
el de su diario y un frasco en el que ella mantenía el feto de su hijo.
el triste hallazgo del morral de una guerrillera y, dentro de éste,
el de su diario y un frasco en el que ella mantenía el feto de su hijo.
¿Quién recuerda a los Inocentes?
Es Navidad. Pero como si no lo fuera. Han transcurrido sólo tres días después de esta importante celebración, y apenas sí queda algo de la sensibilidad que invita a mirar con amor y a compartir con el pobre y el desamparado. Tan sólo es 28 de diciembre, y ya el ambiente se ha trivializado. La alegría cristiana ha cedido ante la euforia, el bullicio y la frivolidad paganas. Sólo hay marasmo.
La inocencia es burlada, denigrada, profanada. Y a los inocentes no se les recuerda ni se les rinde el tributo que honra su martirio. Hoy imperan el uso y las costumbres, y hasta los medios católicos contemporizan con las bromas y el ambiente burlesco impuesto por locutores, presentadores, animadores o pseudo periodistas que, en lugar de enaltecer su profesión, la envilecen y se envilecen a sí mismos sirviendo a la puesta en escena de una chabacanería con la que se oculta o se pretende paliar la crudeza de una realidad que aunque nos desborda, procede de nosotros mismos: de nuestro corazón endurecido y de nuestros egos exaltados.
La conmemoración del martirio de los Santos Inocentes, celebrada litúrgicamente por la Iglesia, no puede pasar desapercibida ni ocultarse ante el resto del mundo bajo el velo de la trivialidad mundana. Es un crimen que se perpetúa mediante el aborto, ya no sólo clandestino, sino arropado hoy como un derecho, y que deja las más penosas secuelas físicas y psicológicas con que pueda cargar una persona: quien se somete a ello, quien lo promueve o lo facilita, quien lo practica, y quien lo sufre y sobrevive.
La pérdida de la inocencia y el subsecuente crimen del aborto son, respectivamente, un lastre de vergüenza y una hipoteca moral que aún pesa sobre nuestra sociedad.
* * * * *
Para meditar y reflexionar sobre esta cruda realidad, y adoptar una postura racional ante el genocidio silencioso que abate a la humanidad, ofrecemos tres recursos: un relato y dos videos.
La pérdida de la inocencia y el subsecuente crimen del aborto son, respectivamente, un lastre de vergüenza y una hipoteca moral que aún pesa sobre nuestra sociedad.
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Para meditar y reflexionar sobre esta cruda realidad, y adoptar una postura racional ante el genocidio silencioso que abate a la humanidad, ofrecemos tres recursos: un relato y dos videos.
- El relato de la mística alemana Ana Catalina Emerich, quien en sus “Visiones y Revelaciones Completas” describe la malicia con que se procedió y narra cómo fue la matanza de los santos inocentes por orden de Herodes.
- El primer video recoge los instantes en que una criatura recién abortada se mueve con vida en la palma de la mano de una persona adulta, ante el asombro y natural conmoción de quienes le acompañan y son testigos del hecho.
- El segundo, las palabras de Gianna Jessen, sobreviviente de un aborto con solución salina -quien fue adoptada por una familia y es hoy adulta-, pronunciadas el 28 de septiembre de 2008 en Queen´s Hall, Melbourne, Australia, ante un importante auditorio de distinguidas personalidades y dirigentes de dicho país.
La matanza de los inocentes, un relato estremecedor…
“Herodes fue siempre sanguinario y hasta en sus últimos días hizo mucho daño”. “La huída a Egipto se produjo cuando Jesús tenía nueve meses, y la matanza de los inocentes ocurrió durante el segundo año de la edad de Jesús” (Tomo 4, pág. 327).
“Se apareció un Ángel a María y le hizo conocer la matanza de los niños inocentes por el Rey Herodes. María y José se afligieron mucho y el Niño Jesús, que tenía entonces un año y medio, lloró todo el día. He sabido lo siguiente: como no volvieron los Reyes magos a Jerusalén, y estando Herodes ocupado en algunos asuntos de familia, sus temores se habían calmado un tanto; pero cuando regresó la Sagrada Familia a Nazaret y oyó las cosas que habían acontecido en el templo y las predicciones de Simeón y de Ana en la ceremonia de la Presentación en el templo, aumentaron sus temores y angustias. Mandó soldados que con diversos pretextos debían guardar los lugares alrededor de Jerusalén, a Gilgal, a Belén hasta Hebrón, y ordenó hacer un censo de los niños. Los soldados ocuparon esos lugares durante nueve meses, mientras Herodes se hallaba en Roma. Después de su vuelta se produjo la degollación de los inocentes. Juan tenía entonces dos años, y había estado escondido en casa de sus padres antes que Herodes diera la orden para que las madres se presentaran con sus hijos de dos años o menos ante las autoridades locales. Isabel, advertida por un ángel, volvió a huir al desierto con el niño Juan. Jesús tenía entonces año y medio. La matanza tuvo lugar en siete sitios diferentes. Se había engañado a las madres, prometiéndoles premios a su fecundidad; por eso ellas se presentaban a las autoridades vistiendo a sus criaturas con los mejores trajecitos. Los hombres eran previamente alejados de las madres. Los niños, separados de sus madres, fueron degollados en patios cerrados y luego amontonados y enterrados en fosos.
Hoy, al mediodía, vi a las madres con sus niños de dos años o menos acudir a Jerusalén, desde Hebrón, Belén y otro lugar donde Herodes había ordenado a sus soldados y funcionarios. Se dirigían a la ciudad en grupos diversos: algunas llevaban dos niños montados en asnos. Cuando llegaban eran conducidas a un gran edificio siendo despedidos los hombres que las habían acompañado. Las madres entraban alegremente, creyendo que iban a recibir regalos y gratificaciones en premio a su fecundidad. El edificio estaba un tanto aislado y bastante cerca del que fue más tarde el palacio de Pilatos. Como se hallaba rodeado de muros, no se podía saber desde afuera lo que pasaba adentro. Parecía aquello un tribunal, pues vi unos pilares en el patio y bloques de piedra con cadenas colgantes. También vi árboles que se encorvaban y ataban juntos y luego, soltados rápidamente, despedazaban a los desgraciados a ellos atados. Todo el edificio era sombrío, de construcción maciza. El patio era casi tan grande como el cementerio que hay al lado de la iglesia parroquial de Dülmen. Se abría una puerta entre dos muros y se llegaba al patio, rodeado de construcciones por tres lados. Los edificios de derecha e izquierda eran de un solo piso y el del centro parecía una antigua sinagoga abandonada. Varias puertas daban al patio interno. Las madres eran llevadas a través del patio a edificios laterales, y allí encerradas. Parecía aquello una especie de hospital o posada. Cuando se vieron encerradas, tuvieron miedo y empezaron a llorar y a lamentarse. Pasaron la noche allí dentro.
Marzo 9. —Hoy, después de mediodía, vi el cuadro horrible de la matanza de los niños. El gran edificio posterior que cerraba el patio tenía dos pisos. El inferior era una sala grande, desprovista, parecida a una prisión, o a un cuerpo de guardia, y en el piso superior había ventanas que daban al patio. Allí vi a algunas personas reunidas en un tribunal; delante de ellas había rollos sobre una mesa. Creo que Herodes estaría presente, pues vi a un hombre con manto rojo adornado de piel blanca, con pequeñas colas negras. Estaba rodeado de los demás y miraba por la ventana de la sala que daba al patio. Las madres eran llamadas una a una para ser llevadas desde los edificios laterales hasta la sala inferior grande del cuerpo que estaba detrás. Al entrar, los soldados les quitaban los niños, llevándolos al patio, donde unos veinte hombres los mataban atravesándoles la garganta y el corazón con espadas y picas. Había niños aún fajados, a los cuales amamantaban sus madres, y otros que usaban ya vestiditos. No se ocuparon de desvestirlos, sino que tal como venían los tomaban del bracito o del pie y les arrojaban al montón. El espectáculo era de lo más horrible que puede imaginarse.
Entre tanto las madres eran amontonadas en la sala grande, y cuando vieron lo que hacían con sus niños, lanzaban gritos desgarradores, mesándose los cabellos y echándose en brazos unas de otras. Al fin se encontraron tan apretadas que apenas podían moverse. Me parece que la matanza duró hasta la noche. Los niños fueron echados más tarde en una fosa común, abierta en el mismo patio. Me fue dicho el número de ellos, pero ya no me acuerdo. Creo que había setecientos, más una cifra donde había un siete o diez y siete. Cuando vi este cuadro horrible no sabía dónde estaba ocurriendo eso, y me parecía aquí, donde estaba yo. A la noche siguiente vi a las madres sujetas con ligaduras y conducidas por los soldados a sus casas. El lugar de la matanza en Jerusalén fue el antiguo patio de las ejecuciones, a poca distancia del tribunal de Pilatos; pero en la época de éste había sufrido varios cambios. Cuando murió Jesús, vi que se abrió la fosa donde estaban los niños inocentes y que sus almas salieron de allí apareciéndose en diversos lugares” (Tomo 5, pág. 305 - 307).