De manera inmediata, la expectativa por el cumplimiento de las promesas de campaña. De manera mediata, el balance entre éstas y los resultados de la gestión durante y al final del cuatrienio presidencial. Para todos, los ciudadanos del común, y quienes nos consideramos fieles laicos, sigue la vida y siguen las obligaciones y los retos personales, familiares, profesionales, sociales y de trabajo de todos los días, en los ámbitos propios en los que actuamos, y en los que tenemos y prevalece la obligación que nos corresponde de animar cristianamente el orden temporal.
Como iniciativa ciudadana, reiteramos nuestra autonomía e independencia, pero reafirmamos la necesidad de contribuir a una participación más cualificada, madura y comprometida de los fieles laicos en la vida pública, en los debates sociales y, aún, en los procesos políticos, con plena consciencia y responsabilidad, atendiendo siempre en ello al Magisterio de la Iglesia, en defensa y promoción de la Verdad, de la Vida, de la Familia, de los auténticos Valores y Derechos Humanos, de la Dignidad Humana, y del Orden Social e Institucional.
Nos satisface haber contribuido a animar la participación ciudadana de los fieles laicos de una manera más comprometida y consecuente, cooperando así a cerrar la brecha entre la fe que profesamos y la ética que vivimos, para superar la apatía, el desconcierto, la falsa prudencia y el silencio que en muchas ocasiones acaban siendo mecanismos cómplices de la degradación y de la corrupción moral, así como de la descomposición institucional y de la desintegración social.
En el actual contexto humano y social global tenemos mucho por hacer, y apenas hemos comenzado. También tenemos mucho qué aprender y depurar, para decantar unas líneas de acción mejor definidas, más claras y efectivas. Mientras haya ciudadanos, habrá actividad social y política y, por ende, necesidad de participación, así como de liderazgo y de formación. Y éstas nos ofrecen siempre, y cada vez, nuevos y mayores retos, que demandan una respuesta coherente en la defensa y promoción humana integral de la Persona y de su Dignidad inviolable.
Estos desafíos son permanentes y, por lo tanto, es ahora cuando con oración, reparación, ofrecimiento, trabajo serio y responsable y, especialmente, consagración de nuestras vidas, familias, obras, y de nuestra patria al Sagrado Corazón de Jesús a través del Inmaculado Corazón de María, nos corresponde ser más activos, comprometidos y coherentes en la construcción del Bien Común.
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