El sano debate
La convivencia y el debate de ideas y de puntos
de vista que se ofrecen como opuestos no sólo es necesario sino sano para la
sociedad, pues evita la disyuntiva de los extremos, proveyendo un equilibrio
racional que la matiza y la supera.
El contexto político es el ambiente propicio
para dicho debate, dentro de la institucionalidad democrática propia de un
Estado de Derecho. Y la coyuntura electoral, el espacio propio para su ejercicio
consciente, libre de coacciones y de cualquier forma de presión física, social
o psicológica.
Polarización e instrumentalización ideológica
Pero este panorama se enrarece si el libre
ejercicio de la expresión y de la difusión del pensamiento se distorsiona
recurriendo a la instrumentalización de las ideas y de los conceptos,
convirtiéndolos en propaganda. Aparece entonces la polarización ideológica.
El amplio y aun excesivo protagonismo que alcanzan los medios de comunicación mediante la reiteración de los mensajes propagandísticos es tal, que no sólo opacan sino apagan las ideas hasta hacerlas del todo inútiles como vehículo racional y de argumentación. Su papel se amplifica o se distorsiona, ya sea como promotores de una determinada plataforma política o como detractores de la contraria.
El amplio y aun excesivo protagonismo que alcanzan los medios de comunicación mediante la reiteración de los mensajes propagandísticos es tal, que no sólo opacan sino apagan las ideas hasta hacerlas del todo inútiles como vehículo racional y de argumentación. Su papel se amplifica o se distorsiona, ya sea como promotores de una determinada plataforma política o como detractores de la contraria.
De igual manera, el
ejercicio de la opinión equilibrada, basada
en una sana racionalidad argumental, se diluye y casi desaparece ante la
inusitada fuerza que cobran y con la que se expresan el apasionamiento, la
exaltación y los esquematismos reduccionistas con que operan las ideologías.
La Conciencia y el imperativo de la Verdad
En primer lugar, como Católico,
mi obligación es votar en conciencia. Pero “votar en
conciencia” no es lo mismo que hacerlo en silencio: los cristianos tenemos,
ante todo, un compromiso con la Verdad, y estamos obligados a pregonarla desde
los tejados, a tiempo y a destiempo, a todos los hombres, para que se hagan
discípulos de Jesús y se bauticen en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo. Ese es el mandato que hemos recibido y al que nos hemos
adherido de manera irrenunciable.
Tentaciones
Pero, como Crisitianos, somos
tentados al engaño, aún con las mismas Palabras y realidades Sagradas, como el
anhelo de Paz, y hasta con el Evangelio: "Bienaventurados
los que procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios" (Mateo
3,5). Sí, es un llamado claro a trabajar en favor de la paz. Pero no una paz
difusa e indefinida, sin coordenadas.
No una Paz vacía de sentido o emotiva
Es decir, no se trata de un deseo vago
que no precisa lo que es la Paz, y que no la relaciona con la Justicia y con la Verdad, como lo
hace el Señor a lo largo de toda la Sagrada Escritura: “La Justicia y la Paz se besan” (Salmo 84, 12), y el mismo salmo
dice unas líneas antes: «Dios anuncia
la paz a su pueblo y a sus amigos y a los que se convierten de corazón» (Vers. 9), y «La salvación está ya cerca de sus fieles» (Vers. 10).
De hecho, el Salmo 84 centra toda posibilidad
real de Paz para el pueblo en el regreso,
es decir, en la conversión y en la justicia, como condiciones insalvables
para obtenerla, recordando siempre y enfatizando que la Paz es, por sobre todo,
un Don de Dios. Y es en este
mismo sentido que Jesús nos dice: “La paz os dejo, mi paz os doy; no os
la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”
(Jn 14, 27).
El Bien Común
Esto es lo que debe considerar
todo cristiano antes de votar, tomando en cuenta que la Paz hace parte del Bien
Común, que todos estamos obligados a construir animando cristianamente el orden
temporal (Exhortación “Los Fieles Laicos”, No. 42, Juan Pablo II). El Católico
no vota con mentalidad de empleado, ni de funcionario con "derechos
adquiridos", sino procurando el Bien Común, con base en la Verdad y en la
Justicia.
Conciencia y coherencia
Por eso, en la actual
coyuntura electoral, los cristianos no somos "uribistas" o “santistas”,
sino que, con base en lo anterior, tenemos el grave deber de informarnos y de buscar
el fondo de las opciones que se nos presentan, atendiendo a que éstas
correspondan a un programa coherente y a unos valores sólidos y claros, y no a
la demagogia o al afán de elección.
Preservar y expresar el auténtico sentido del Bien Común
Jesús explicita el sentido plenamente espiritual de la Paz,
afirmando que ésta es suya, y por eso sólo Él, el Príncipe de la Paz, nos la
puede dar: "Mi Paz os
dejo, mi paz os doy…”; y, más aún, “no como os la da el mundo...". Esto es lo que enseñan la
Doctrina y el Magisterio de la Iglesia. Por ello es muy grave que se
instrumentalice de forma tan superficial La Palabra Sagrada contenida en el
Evangelio, olvidando, además, que "trabajar por la paz" no es simple
o únicamente lo que humana o políticamente se ha hecho, o la anteposición de un
anhelo al Orden Social e Institucional.
Expresar públicamente nuestra fe, también en el ámbito político
De lo anterior se desprende un criterio de elección fundamental: si
bien hay que dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, es
decir, saber delimitar el ámbito secular del ámbito Sagrado, también hay que
ser claros, pues la fe contiene una dinámica propia que se expresa y debe
expresarse públicamente, por lo que no se restringe al recinto privado de una
conciencia secuestrada y silenciosa.
Los Católicos, y los cristianos en general,
no somos ciudadanos de segunda, sino en ejercicio, del mismo modo que Pablo,
siendo Apóstol de Jesucristo, era un ciudadano romano con plenos derechos, y
estos incluían su libertad de expresión y religiosa.
Cooperar sólo con el Bien
El secularismo que pregona pluralidad y tolerancia, es el mismo
enemigo agazapado que pretende silenciar la expresión de la Fe y de la Verdad. No es extraño, pues, que en la actual coyuntura, la masonería haya
anunciado abierta y públicamente su respaldo a Santos. Pero la Iglesia ha sido
siempre clara y enfática: no se puede ser cristiano y masón, o cooperar de algún modo con el mal.
Dar razón de nuestra opción
Por ello hay
que estar alerta, optar, elegir y no callar: aunque el voto se ejerza en
conciencia, nuestra dignidad como cristianos y nuestra libertad como ciudadanos,
no nos exigen que lo hagamos en silencio, sino dando razón de nuestra opción.
La paz que proviene de los enemigos
de Dios, y de quien niega a Su Hijo, Jesucristo, es una falsa paz: una "paz"
sin Dios, sin Cristo y sin Espíritu. Un apaciguamiento de las conciencias
para pervertir el orden moral y natural.
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